Un film con la función de acusar



A la distancia, es difícil abordar las películas de la pos-dictadura que ilustran los años duros. Muchas de ellas, como La noche de los lapices (1986) o La historia oficial (1985), tienen ese halo de sufrimiento social tan reciente a su creación que, aunque son ficciones, una crítica a su estructura narrativa o al tratamiento estético que demuestran sonaría absurda. Más que relatos fílmicos, son denuncias. Con Los Chicos de la guerra (1984), del director Bebe Kamín, ocurre exactamente eso. Al ser la primera obra de ficción argentina sobre la guerra de Malvinas, la primera representación escénica de esa odisea de jóvenes, remarcar sus defectos, o mismo sus logros audiovisuales, parece quedar chico y tener poco que ver con el sentido de la obra.
La obra, dentro del eje guerra-Malvinas encierra la historia de vida de tres chicos, de clases sociales bien distintas, que son llamados a combatir en medio de la efervescencia y júbilo social, que se encuentran hambrientos en las trincheras de las Islas, y que vuelven al país a enfrentar el desamparo que sus respectivas clases y entornos les tenían preparados. La situación contextual de la película invalida cuestionar el nivel de complejidad en algunos puntos claves, como puede ser la guerra como parte de una lógica de continuidad dictatorial, el martirio explícito de los desentrenados soldados, el terrorismo de Estado, o las variaciones esquizofrenicas del ánimo social. Sin embargo, por momentos logra retratar sutiles referencias de la moral dominante, sobre todo del ámbito estudiantil del período.

Desde la actualidad, a las películas que narran el proceso, quizás sí sea pertinente marcarles las fallas o aciertos teatrales, el grado de reflexión que presentan, o bien señalar si se quedan en el mero reclamo. Pero a una pieza como Los chicos de la guerra sólo se la puede contemplar como un largometraje desesperado por contar lo sucedido, sin demasiada profundidad, apenás dos años después. Como sucedió en varios film de la década del 80', la obra tiene un extenso reparto de primeros actores y figuras que aparecen en pocas escenas. Muchos de ellos volvieron del exilio junto con la democracia y otros sólo confirman esa necesidad que tenían de denunciar, más que de actuar. Entre ellos están Hector Alterio, Miguel Ángel Solá, Juan Carlos Baglietto –que hace de él mismo-, Ulises dumont y Carlos Carella.
Matías Noli

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