El tiempo: una película oriental de alcance global


La pareja como construcción social ha sido siempre uno de los tópicos recurrentes en la historia cinematográfica. El Tiempo es una de tantas películas que intentan abordar el tema, pero es también un film surcoreano. Para que los espectadores ajenos al cine oriental no se espanten, resulta necesario anticipar que la obra, a pesar de su lejanía geográfica, retrata muy de cerca los pliegues y las problemáticas de todas las relaciones amorosas, incluso las occidentales: el deterioro de la pasión, la rutina, los celos compulsivos, el sexo desgastado, la cirugía estética como solución reparadora de todos los males. Referencias globales que hacen de El tiempo una pieza accesible, que permite ser degustada hasta por quien no haya visto jamas un largometraje de Corea del Sur. Es un film para todo público.


En realidad, es apta sólo para mayores de 13 años. Lógicamente, porque no es una comedia romántica de Hollywood, todo lo contrario. El tiempo es la contracara de las superproducciones de amor que se reflejan a menudo en la pantalla grande; un reverso de los cuentos de hadas y de los finales felices para siempre. Es cine de autor, pero eso no necesariamente significa que no se deje interpretar, o que requiere cierto nivel de especialización para ser reflexionada.
Kim Ki-Duk, su director, editor y guionista, presenta a una pareja común y corriente conformada por Seh-hee y Ji-woo, que no tienen mayores diferencias con cualquier noviazgo que podría darse en otra parte del mundo. A excepción de tener a su disposición la abrumadora tecnología que está instalada -desde lo doméstico a lo médico- en Corea del Sur, su relación de dos años no tiene nada de particular.


Hasta que un día Seh-hee advierte que Ji-woo, aunque la ama, siente atracción -al menos- sexual por otras mujeres. A pesar de ser muy bonita, la acción corrosiva del tiempo desgastó la pasión de su novio, y eso es algo que ella no puede soportar, la enloquece. La consecuencia directa es un vendaval de celos, promovido por la recurrente idea de que ya no es un objeto de deseo capaz de producir fascinación en Ji-woo. Ese panorama conyugal, junto con esa abrumadora tecnología que tiene a mano, inclina a Seh-hee a tomar la decisión de desaparecer literalmente y hacerse una cirugía plástica, cambiarse el rostro por completo, para volver a su pareja con una belleza desconocida y por lo tanto eficaz. Luego de seis meses de recuperación, Seh-hee reaparece como otra y seduce a Ji-woo, que se encuentra desolado por haberla perdido. Lo conquista en otra versión de sí, como otra mujer totalmente distinta, pero sus pensamientos circulares vuelven a actuar, esta vez sobre su persona. Descubre que Ji-woo sigue amanado a su antiguo yo, por lo que reproduce el exacto patrón anterior de celos y frenesí: ella se termina convirtiendo en la otra temida. Como una profecía autorealizada, Seh-hee encuentra la amenaza manifiesta en sí misma.


Ki Duk ha sido encasillado por la crítica -a partir de sus trabajos previos- en la posición de narrador de imágenes, donde el diálogo no tiene lugar. En El Tiempo las palabras tienen protagonismo, pero lo visual sigue marcando la línea de representación. La intervención quirúrgica, por ejemplo, funciona como ambiente donde se disuelve, casi concretamente, la identidad. Ki-Duk utiliza esa metáfora para poner en evidencia el curso que puede tomar un impulso desesperado en el siglo que corre. En Corea del Sur, el 50 % de las mujeres mayores de veinte años se realizó algún tipo de cirugía, lo cual agrega algo de orden de premonición fatalista, de mirada apocalíptica, aplicado al micromundo de la pareja. Mediante un tratamiento estético de choque, El Tiempo combina a los avances cosmetológicos y a las relaciones amorosas actuales en un equilibrio inestable. Una forma de fragilidad de los tiempos modernos.


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Matías Noli

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