Intersexualidad: el derecho para decidir

Por Rocío Moris





Más que cualquier otro, el siglo XXI es el principal agitador de la bandera de la liberación y de la apertura a todas las formas de expresión sexual. Sin embargo, siempre hay una excepción a la regla. En este caso, se trata de un puñado de personas que continúan archivando un pensamiento conservador sobre diversas cuestiones, y una de ellas es la sexualidad y el concepto que dice que un humano “solo puede ser varón o mujer”. Pero de vuelta una excepción. Al igual que los colores, no sólo hay blanco y negro, sino que hay otras variantes, otros grados que muestran la realidad natural. En el caso de los seres humanos se trata de los intersexuales, otra categoría de género que pocas veces se menciona y que, en definitiva, es parte de la realidad.

Un término único
Los conceptos para definir a pacientes intersexuales son variados: trastorno del desarrollo sexual, hermafroditismo, pseudohermafroditismo, son algunos de los nombres utilizados por el discurso medico para definir “un grupo de afecciones donde hay discrepancia entre los genitales externos e internos”. El problema con estas nociones es que, en la mayoría de los casos, son insensibles engañosas y hasta pueden crear confusión.

El pasaje hacia otro sexo
Además de los problemas en relación a la terminología de la condición y a los mitos que ha generado el concepto, la intersexualidad conlleva otra complicación aún más grave: ya que se trata de un ser con sexo ambiguo muchas veces, médicos y padres deciden arbitrariamente someter al intersexual desde niño, a una serie de tratamientos e intervenciones quirúrgicas para convertirlo a un determinado sexo. Los tratamientos incluyen cirugías reparadoras en sus genitales y la progresiva ingesta de hormonas –testosterona o progesterona- .



Un error irreparable
Este tipo de decisiones arbitrarias son consideradas por los afectados como “la clase de errores que pueden arruinar la vida de cualquiera”. Un caso concreto se registró en el año 1967, en el centro-oeste de los Estados Unidos y fue titulado como caso John-Joan. En él, el protagonista, nacido como varón, fue castrado clínicamente y convertido en mujer tras sufrir un accidente que le mutiló su miembro. Durante doce años, John-Joan fue acondicionado social, mental y hormonalmente, y aún así se sintió y comportó como hombre durante todo el proceso. Luego de cumplir 30 años se sometió a una cirugía reparadora. En mayo de 2004 se suicidó. Más tarde se dio a conocer su verdadera identidad: nació con el nombre de Bruce, fue criado como Brenda y terminó su vida llamándose David.

Una ponderación crítica
El caso, abrió el debate sobre la ética médica que, si bien implica que se debe tomar una decisión para evitar futuras complicaciones en el niño con características intersexuales, muchas veces se comenten errores fatales como consecuencia de una decisión apresurada. El verdadero problema reside en que siempre se prioriza el aspecto medico por sobre el psicológico.

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