Los espejos en Afganistán




Las
mujeres afganas se maquillan, pero no pueden ver si quedaron bien delineados sus propios labios porque una pesada tela las cubre de la cabeza a los pies. Cualquier espejo al que se enfrenten les devolverá la misma imagen: una figura oculta, desprovista de toda personalidad excepto por el color y la decoración de la burka que lleven. Su sociedad lo exige, ellas lo aceptan.

El largometraje Kandahar (2002) es un vivo retrato de esa cultura que se desarrolla en enormes desiertos, donde el calor y el peligro son constantes. Desde
la mirada de una mujer detrás de una burka, episodios como el de unas muchachas intentando maquillarse con una tela sobre sus cabezas, o el un hombre que, mientras traslada a través del desierto en su desvencijada camioneta a sus esposas, es asaltado a mano armada, permiten adentrarse la realidad afgana, que impresiona y puede indignar. Allí donde la ley la hace el más fuerte, las armas son artículos indispensables. En Afganistán los niños aprenden esa lección desde la más temprana edad; en las escuelas no enumeran recitando, sino gritando, las propiedades de las granadas y ametralladoras que empuñarán al crecer.


Mientras tanto, las mujeres de la camioneta, su esposo, los niños en las escuelas, la mujer que observa a través de la pequeña ventanita que le ofrece la tela de la burka, la mayoría de los afganos, todos están en riesgo de intoxicarse con el agua de los pozos o por la comida, de
morir por enfermedades tratables como la diarrea por la falta de médicos y remedios.
La burka, protagonista del film, deja de representar solamente un código de vestido del hiyab, para aparecer como la imagen que devuelve el espejo de la cultura afgana con respecto a la libertad.

Brenda Struminger

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